lunes, 30 de noviembre de 2020

 35 años de la Declaración de Foz y la alianza argentino-brasileña



Dr. Alejandro Simonoff

Desde su creación el Mercosur se constituyó en un útil instrumento de política exterior argentina para permitirle a las diversas administraciones sortear las tensiones generadas en el triángulo con Estados Unidos y Brasil en el que se hallaba inmersa.

Este esquema triangular fue producto de una “maduración conceptual” de nuestra política exterior donde el rol de Alfonsín fue determinante por dos cuestiones fundamentales que la habían caracterizado hasta ese momento: 1) no puede existir una oposición visceral, ni un alineamiento acrítico hacia los Estados Unidos; y, 2) el impulso de una política cooperativa hacia América Latina, con eje en Brasil. (Figari, 1993)

La primera cuestión se orientó a hacia construir una relación madura con Estados Unidos, con un punto de equilibrio entre los modelos occidentalista y latinoamericanistas que confrontaron durante gran parte de la Guerra Fría. Pero esta nueva orientación no sería completa sin tener en cuenta la nueva disposición cooperativa hacia la región con acento en Brasil, cosa que en el pasado no ocurría, ya que las primeras presumían la confrontación regional.

Si existió un elemento de continuidad en la política exterior argentina desde 1983, este fue la estructura triangular que puso al tope de nuestra agenda a Washington y Brasilia -utilizándolos como contrapesos-, en un marco predominantemente cooperativo, dejando a un lado las oscilaciones del pasado.

Las diferencias estuvieron en los sentidos en los que se utilizó dicho triángulo, con dos tendencias predominantes: la primera, la autonomista, que consistió en buscar márgenes de maniobra en el escenario internacional, como ocurrió durante los gobiernos de Alfonsín, Duhalde, Kirchner y Fernández de Kirchner que apuntaron a establecerlas con países de similares recursos y valores; y la segunda, las occidentalista o que privilegió la relación con la potencia hegemónica, en las administraciones de Menem y de la Rúa. Si bien en principio las administraciones de Mauricio Macri y Alberto Fernández pueden ser ubicadas como globalista y autonomista, respectivamente, el nuevo marco lleva a repensar tanto las estrategias como los instrumentos para su concreción.

Inicialmente existieron fuertes condicionantes, como el endeudamiento que generó la necesidad de acercarse a Washington para conseguir apoyo financiero, ya sea unilateral o de los organismos multilaterales que controla, lo que ocasionó una tensión en la búsqueda de un mayor marco autonómico. La primera opción también tuvo sus dificultades, ya sea por las transformaciones del sistema internacional, o por los de algún actor relevante para éste, como Brasil, y que nos pueda llevar hacia una “doble dependencia”. (Figari, 1997)

La relación con Brasil, debemos verla en el marco de un proceso de integración selectiva que reconoció un mismo origen con el giro realista de 1985: el fracaso del Consenso de Cartagena para el tratamiento de la deuda externa. Para que existiera el Mercosur fue necesario la construcción de una alianza entre Argentina y Brasil, que más allá de las cuestiones económicas y comerciales que sostuvieron su base material, [1] como lo dijo el Canciller de Alfonsín, Dante Caputo, “lo que queríamos era construir un núcleo política con mayor capacidad para promover nuestros intereses en ese mundo tan asimétrico en su distribución de poder.” (Caputo, 2015, 142)

La integración con Brasil se originó con los tratados firmados por Sarney y Alfonsín, y se consolidó con la formación del MERCOSUR. Fue la llamada Declaración de Foz Iguazú de noviembre de 1985 que comprendían: la promoción del mercado común entre ambos países que se podía ampliar a otros de América del Sur; aumentar el poder política y de negociación por un sistema de consulta previa; alcanzar al máximo de autosuficiencia en materias primas críticas, inversiones y bienes de capital; sustituir al dólar como moneda de intercambio; intensificar y permitir la cooperación científico-tecnológica principalmente en biotecnología, energía nuclear e infraestructura. E incluía dos acuerdos de cooperación bilateral en el tema nuclear y la creación de una comisión mixta de alto nivel para la cooperación y la integración (formada por cuatro subcomisiones: economía y comercio, transporte y comunicaciones, ciencia y tecnología y energía)

En julio de 1986 se firmó el Acta para Integración Argentino-Brasileña que formuló el Programa para la Integración y Cooperación Económica (PICE) con doce protocolos, que llegaron a ser 21, 18 funcionaron y uno fue rechazado (producción de material bélico) pero funcionaron bien los de bienes de capital que fue el más auspicioso al inicio y el de trigo (Argentina se cubrió de otras compras de Brasil como Canadá, Estados Unidos y Francia).

Para esta convergencia en política exterior entre Brasil y Argentina fueron determinantes la institucionalización democrática y las nuevas necesidades de Brasil tras el “milagro”.

Estos acuerdos marcaron el definitivo alejamiento del desinterés oscilante hacia la región, predominante en la segunda posguerra. Aunque esta continuidad estuvo marcada por una diferencia: en los ochenta la asociación buscaba fórmulas para ganar autonomía a través de la coordinación política, y en la década siguiente se la planteó como una escala en el proceso de globalización. Por esos motivos, este instrumento no estuvo exento de tensiones entre sus miembros por la falta de adecuación de políticas comunes, entre ellas el lugar de la relación con la Casa Blanca.

Bibliografía

Caputo, Dante. 2015. Un péndulo austral. Argentina entre el populismo y el establishment. Buenos Aires, Capital Intelectual.

Figari, Guillermo. 1993. Pasado, presente y futuro de la política exterior argentina. Buenos Aires, Biblos.

Figari, Guillermo. 1997. De Alfonsín a Menem. Política exterior y globalización. Buenos Aires, Memphis.

 



[1] Brasil era una de las hipótesis de conflicto, pero el acercamiento comenzó desde 1979 con el acuerdo tripartito y en la representación en Londres durante la guerra

domingo, 6 de septiembre de 2020

 HACE NOVENTA AÑOS DERROCABAN A HIPOLITO YRIGOYEN



Alejandro Simonoff

HOY SE CUMPLEN NOVENTA AÑOS DEL DERROCAMIENTO DE HIPOLITO YRIGOYEN, AQUÍ UNOS FRAGMENTOS DE MI TEXTO “UNA INTERPRETACIÓN DE LA  HISTORIA DEL RADICALISMO” SOBRE EL TEMA

El golpe de septiembre de 1930 marca el inicio de la decadencia de los argentinos como sociedad moderna. Los motivos son múltiples, pero creemos que el fundamental esta dado en el escaso desarrollo político de las élites dirigentes de entonces, en donde la polarización entre los yrigoyenistas y quienes no lo eran pasó a ser el eje central de la política de entonces.

Pero ¿cuáles eran los motivos para tal división? Según Halperín Donghi, los “herederos” de la tradición liberal en la Argentina fueron marginados del espectro político por su falta de representatividad. Los avances de la democracia de masas ocasionaron una frágil solución política entre la conservación de las clases propietarias, a quienes estos sectores representaban, y las exigencias de democratización por parte de las masas.[1]

Este delicado equilibrio hizo que las élites optaran por el golpe y el fraude para mantener sus privilegios. Pero si el radicalismo es también heredero de la tradición liberal argentino ¿qué es lo que pasó?

Lo que hay que resaltar es que muchas de las transformaciones que sufre el radicalismo son producto de los cambios que se operaron en el liberalismo decimonónico. En sus orígenes el radicalismo es heredero del liberalismo del siglo XIX, pero con rasgos propios, ya que es una variante solidarista. A pesar de ello, no escapó a la transformación que en este siglo se produjo en esta tradición que, como dice Eric Hobsbawm “podía desaparecer o hacerse irreconocible.”[2]

El 6 de septiembre de 1930 se instauró en el país la dictadura de Uriburu que intentó esbozar un Estado Totalitario en nuestro país. Pero la diversidad de las facciones que derribaron a Yrigoyen formaban dos grupos: quienes pretendieron un estado fascista – que hizo agua el 5 de abril de 1931, cuando el radicalismo triunfó en las elecciones para la gobernación de Buenos Aires – y quienes propusieron una democracia limitada impidiendo su concreción, saliendo victoriosos de esta puja, con grupos que estaban formados por sectores populistas muy fuertes como el del Gobernador de Buenos Aires, Manuel Fresco, quien impuso en la provincia un pequeño ensayo del proyecto corporativo.

El debilitamiento del liberalismo en sus aspectos económico y político significó su transformación: aparición en la  Argentina de alternativas regulatorias de la economía (creación del Banco Central, las Juntas Reguladoras, el pacto Roca-Runciman, etc.) y, desde lo político, optaron por el fraude como forma de excluir al radicalismo.

Esta transformación afectó también al radicalismo al ser un liberalismo solidarista, aunque su eclecticismo – que tiene su origen en el krausismo - le permitió en esta década que convivieran en su seno liberales a la europea (los alvearistas), el nacionalismo democrático representado por FORJA[3] y Amadeo Sabattini[4], las ideas keynesianas y el pensamiento social demócrata[5] del Movimiento de Intransigencia y Renovación.

La ruptura constitucional de 1930 y la adopción del fraude como metodología política influyó sobre toda la vida política argentina generando un ambiente de corrupción generalizada que llevó a denominar a este período, iniciado en 1930 hasta la Revolución del 43, como la “Década Infame”. El radicalismo enfrentó esta situación de dos maneras distintas, la primera desde 1931 a 1935 con la adopción de una oposición revolucionaria y abstencionista, la llamada “abstención corta” para luego participar de las elecciones por decisión de la cúpula alvearista. Esto generó una división importante en el seno del partido, por un lado, el grupo oficialista, formado por Alvear y sus seguidores, y por otro, la oposición conformada por el sabattinismo, por FORJA, y luego tras la disolución de esta agrupación por el Movimiento Renovador de la Provincia de Buenos Aires, origen de Intransigencia y Renovación.

Dentro del radicalismo los algunos sectores antipersonalistas[6]que reingresaron al partido tras el golpe del 30, se sumaron al alvearismo y pronto tomaron la conducción partidaria realizando una política antiyrigoyenista. Con la muerte de Yrigoyen, Alvear quedó como jefe del partido. Éste buscó una oposición dentro de la legalidad, aunque, como lo dice Ciria, esta posición fue la que llevó a un desgaste del radicalismo como oposición política que redundo en la gestación del peronismo durante el gobierno de facto de la revolución del 4 de junio de 1943. Dicho en otras palabras:

... Alvear, después de todo, es la figura más representativa de la  UCR como partido de oposición – al estilo francés o inglés, claro - dentro de la legalidad, una legalidad trampeada constantemente por el fraude y la discriminación...[7]

El rescate del yrigoyenismo empezó a fines de la década del 30 a partir de Sabattini, reafirmándose con algunas actitudes que toma la Convención Nacional como la de 1937 cuando regresa al planteo de que el Estado debe “contrarrestar... el poder de las oligarquías que obstaculizan el progreso.”[8]

Tras el alejamiento de FORJA del radicalismo, otro grupo asumió la oposición partidaria, formado también por jóvenes – algunos habían pasado por aquella como Del Mazo y Dellepiane -, otros no –como Lebensohn, Balbín, Frondizi, etc.-. Iniciaron su enfrentamiento con la conducción alvearista, a través del grupo de Intransigencia y Renovación.

Durante la década del 30 y principios del 40 se produjeron cambios sustanciales en la sociedad argentina como que los trabajadores industriales crecieron considerablemente alrededor de Buenos Aires, agudizando el problema del desequilibrio espacial del país. Esto no fue percibido por los partidos mayoritarios de entonces, y sí por quienes –o algunos de ellos- condujeron la revolución de 1943, que justo es reconocerlo hicieron cabida a los reclamos de este nuevo sector. Pero como lo califica Rouquié era “militarista y antipartidario.”[9]

Producto de esos importantes cambios sociales y económicos ocurridos en los años treinta, las vinculaciones entre la política y la corrupción, además de las erróneas decisiones políticas que la conducción alvearista generaron las condiciones para el ascenso al poder de un nuevo movimiento político, el peronismo.[10]La Segunda Guerra Mundial acelera el proceso de industrialización por el de sustitución de importaciones que cambia la estructura productiva y creó una nueva realidad social.

Notas

[1] HALPERIN DONGHI, Tulio. “Liberalismo argentino y liberalismo mexicano: dos destinos divergentes” [En: El espejo de la historia. Problemas argentinos y perspectivas latinoamericanas.Buenos Aires, Sudamericana, 1987], 163.

[2] HOBSBAWM, Eric J. La era del Imperio. Barcelona, Labor, 1987, 331.[1] FORJA (Fuerza de orientación Radical de la Joven Argentina): grupo de jóvenes opositores a la política de Alvear desde el partido; con un fuerte contenido contestatario con respecto a la situación del país con Gran Bretaña, principales denunciantes del fraude y la corrupción que se vivía por esos años. Se reconocen dos épocas una desde su fundación en 1935 hasta 1940, en donde se mantuvieron dentro del radicalismo y luego de esta etapa hasta el 17 de octubre de 1945 cuando se incorporan al peronismo.

[3] FORJA (Fuerza de orientación Radical de la Joven Argentina): grupo de jóvenes opositores a la política de Alvear desde el partido; con un fuerte contenido contestatario con respecto a la situación del país con Gran Bretaña, principales denunciantes del fraude y la corrupción que se vivía por esos años. Se reconocen dos épocas una desde su fundación en 1935 hasta 1940, en donde se mantuvieron dentro del radicalismo y luego de esta etapa hasta el 17 de octubre de 1945 cuando se incorporan al peronismo.

[4] SABATTINISMO: Movimiento político acaudillado por Amadeo Sabattini, quien era gobernador de Córdoba y tras la muerte de Yrigoyen aspiraba a sucederlo.

[5] Basta leer a Moisés LEBENSOHN. Problemas del radicalismo y El radicalismo frente a una definición vital. Buenos Aires, Comisión de Homenaje, 1953.

[6] Luego tomaron el nombre de unionismo, por impulsar la Unión Democrática en 1946. Estuvieron al frente del partido desde la muerte de Marcelo de Alvear hasta 1946, perdurando hasta ya entrado los años 60.

[7] CIRIA, Alberto. Partidos y Poder en la Argentina Moderna (1930-1946). Buenos Aires, Hyspamérica, 1985, 174.

[8] ACUÑA, Marcelo. De Frondizi a Alfonsín. Buenos Aires, CEAL, 254.

[9] ROUQUIE, Alain. Poder militar y sociedad política en la Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1982, II, 341.

[10] No intentamos rastrear su génesis solamente indicamos algunas causas muy generales, por cierto.

[11] MOVIMIENTO DE INTRANSIGENCIA Y RENOVACIÓN (MIR): movimiento, fundado hacia 1946, que derrotó al Unionismo de la conducción partidaria, su importancia radica por el precedente ideológico que aportó a la UCR, entre documentos básicos. La Profesión de Fe Doctrinaria, Las bases Doctrinaria, Las Bases de Acción Política y la Declaración de Avellaneda.

viernes, 4 de septiembre de 2020

 Mi exposición en el Ciclo de Diálogos "Pensar la Unidad Sudamericana hoy" organizado por el Observatorio del Sur Global, sobre los dilemas de la autonomía hoy.



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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Como puñalada de loco, salió Problemáticas internacionales y mundiales desde el pensamiento latinoamericano de Eduardo Devés y Silvia T. Álvarez con dos pequeñas contribuciones mías sobre la teoría de la Dependencia y el concepto de Autonomía.



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martes, 1 de septiembre de 2020

 Recién salido del horno: "Acuerdos Mercosur-Unión Europea desde la perspectiva de la política exterior Argentina" en la Revista Iconos (FLACSO Ecuador), gracias Anabella Busso y Samuel Alves Soares por la invitación.


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martes, 4 de agosto de 2020

La panadería no se detiene, seguimos sacando artículos como pan caliente, aquí la Presentación del Informe semestral de nuestra política externa aparecido en Relaciones Internacionales 58 (IRI - UNLP)

lunes, 3 de agosto de 2020

Recién salido del horno: El Nuevo Orden Mundial entre los deseos y las realidades en la prestigiosa publicación de la Universidad Nacional de Córdoba: 1991. Revista De Estudios Internacionales
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martes, 14 de julio de 2020


REVOLUCIÓN Y ACONTECIMIENTO: NOTAS SOBRE LA LECTURA LEFORTIANA DE FURET

Alejandro Simonoff

Dos temas son los que Lefort trata en el artículo “Penser la révolution dans la Révolution française” (Lefort, 1986) donde analiza el famoso texto de Furet (1980): la cuestión de la revolución y la relación entre historia y acontecimiento. Para empezar a desplegarlos es necesario responder algunas preguntas.

¿En qué etapa del pensamiento de Lefort lo podemos ubicar? Cronológicamente es en 1980, momento donde aparecen en el autor elementos de ruptura y continuidad del desarrollo de su pensamiento con relación a sus lecturas marxianas y merleaupontianas que están en tensión, pero decididamente unidas.

¿Por qué se ocupa de este tema? La reflexión sobre la revolución tiene como intención la de estar atento "a los signos de la repetición como a los de lo nuevo, nos fijamos en declarar la dimensión simbólica de lo social" según lo declara en la introducción de ese volumen. (Lefort, 1986, 14)

Lefort va construyendo la idea de revolución desde su participación en la polémica con Sartre en Les Temps Modernes; le da una forma precaria durante los sucesos de Hungría del 56, llegando a un punto interesante con "Los signos de lo nuevo" referente a los sucesos del 68. Cuando la define en ese momento, dirá que:

... no hay revolución que no sea a la vez política, económica y cultural. O, mejor dicho, esas distinciones deben ser rechazadas desde el momento en que el análisis se aplica a lo concreto. En todos los dominios de la sociedad moderna, puede encontrarse una articulación entre capital, poder y saber... (Lefort, 1970, 311)

Esta se basa en una lógica en donde:

... el Poder, allí donde pretenda reinar, encontrará oponentes que, sin embargo, no están dispuestos a instaurar otro mejor. En una sociedad que intenta encerrarse en su propio engaño y encerrar a los hombres en sus jerarquías, siempre habrá oponentes dispuestos a alterar sus planes... (Lefort, 1970, 313)

Pero, ¿qué es la revolución para Lefort a fines de los 70? A las respuestas las encontramos en dos artículos, uno llamado "La cuestión de la revolución" (1976) - del que haremos alguna referencia inmediatamente - y luego, en la lectura del libro de Furet (1980).

La idea de revolución de este autor no se queda en el ideal arendtiano sujeto a la metafísica de "invención y terror", sino que explora a partir de aquí nuevos senderos.

Para explicarla mejor haremos una breve referencia al artículo "La cuestión de la revolución" que, como ya dijimos aparece en 1976, y fue compilado para L'invention démocratique (1981), donde señala sobre la revolución que: 1) su origen se remonta al humanismo civil de Florencia o Francia del siglo XVI o la Inglaterra del S.XVII "que no engendra la idea pero la genera" y que desde el punto de vista del Estado se la intenta desvanecer, 2) no se puede interrogar sobre la revolución teniendo en cuenta la idea sino que además hay que tener en cuenta "el carácter específico del tipo de sociedad en la que se desarrolla"; y finalmente, 3) su carácter plural le permite no caer en la lógica revolución-totalitarismo, como sí caen algunos críticos, porque de seguir este camino nos llevaría a "concluir que no hay revolución anti-totalitaria posible o que sólo serviría para reforzar el régimen establecido". Lo que exterioriza la revolución es la búsqueda de un nuevo modelo político, que "combinaría varios tipos de poder, impidiendo así la consolidación de un aparato del estado dependiendo de la sociedad civil".

Aquí Lefort despliega el ideal arendtiano de revolución, saliendo de las ataduras metafísicas de éste, y lo lleva hacia escenarios siempre abiertos donde la revolución no es presa de ninguna fatalidad.

En el texto sobre el libro de François Furet, le permite a Lefort desarrollar - con bastante extensión- su ideal de construcción histórica. La ubica fuera de los límites de la interpretación, para poder pensar a la sociedad y a la cultura como historia, y ubicarla ante una historia de un nuevo tipo. En donde la re-localización de lo político juega un lugar central, no como pretende el historicismo ingenuo del siglo XIX sino como “una historia que implica reflexión sobre la sociedad y la cultura", que no reclama simplemente un ideal de objetividad, sino que tenga un efecto sobre el lector, sobre sus opiniones, y encuentre en el conocimiento del pasado su presente. (Lefort, 1986, 116)

Nos da señales de los caminos de una nueva historia donde lo político - el evento revolucionario- tiene dimensiones que antes eran imposibles de vislumbrar. Este acontecimiento debe ser tomado como parte de la sociedad que lo genera.

Esta reivindicación de una historia acontecimental se distingue de las del Siglo XIX por intentar no ser ingenua y dogmática, ya que no se reduce a la especificidad de su objeto.

De allí la importancia de Furet para Lefort que está dada en ligar la historia a la reflexión política. ¿Qué es la política para Furet o Lefort? No está compuesta por los sucesos habitualmente llamados políticos, sino que es aquel que:

... quiere poner en evidencia un esquema o un conjunto de esquemas de acciones y de representaciones que dirigen a la vez la puesta en forma y la puesta en escena de una sociedad y, de un mismo golpe, su dinámica... reconoce al poder, más allá de sus funciones reales y las modalidades efectivas de su ejercicio, un status simbólico; y pretende que la Revolución no sea inteligible más que en la condición de escrutar el cambio de este status. (Lefort, 1986, 112)

O, como señaló el propio Furet se produce un “desplazamiento del lugar de poder” (Furet, 1981, 112)

Desde Annales los historiadores han combatido la idea de construir una “historia política”, como lo ha dicho Jacques Ranciéré, del trabajo de Braudel: “La muerte desplazada de Felipe 11 metaforiza la muerte de cierta historia, la de los acontecimientos y los reyes.” (Ranciéré, 1993, 20)

Pero a partir de la definición aportada por Lefort sobre lo político creemos que puede darse un nuevo sentido para cambiar la óptica sobre ella.

Para Lefort existe una noción dudosa del concepto político, éste no puede ser definido por una cuestión de método de aquello que no es (no es economía, no es religión, no es cultura, etc.) sino que es determinado por la sociedad, ya que es la forma que ella adopta, dicho en sus palabras:

Si lo político no se manifiesta como localizable en la sociedad, es por esa simple razón que la noción misma de sociedad contiene la referencia de su definición política. (Lefort, 1988, 18)

Es decir, lo político se manifiesta tanto en su relación interior como en su común inscripción en el espacio y es testimonio de una sensibilidad común ante esta inscripción.

Ante un cambio de tal magnitud en este concepto, la historia no puede quedar al margen. Y existen momentos, como la revolución francesa que ponen estas cuestiones sobre el tapete, como dice nuestro autor:

... La Revolución Francesa es precisamente ese momento cuando todo discurso adquiere un alcance en la generalidad de lo social, cuando la dimensión política se explícita y, por ello, permite al historiador reconocer aquí y allá los sitios que eran invisibles bajo el antiguo régimen... (Lefort, 1986, 115)

A partir de aquí, Lefort desarrolla – con bastante extensión - su ideal de construcción histórica, ubicándola en los límites de la interpretación, para poder pensar a la sociedad y a la cultura como historia, y ubicarla ante una historia de un nuevo tipo:

...Se trata de un análisis que no circunscribe lo político en las fronteras de las relaciones de poder, pero tampoco en las fronteras de lo social, es metasociológico. Pero podría agregar que la revolución es, por excelencia, el fenómeno que induce a ese análisis, que hace pensar lo político. (Lefort, 1986, 115-116)

Nos da señales de los caminos de una nueva historia donde lo político –el evento revolucionario- tiene dimensiones que antes eran imposibles de vislumbrar. Este acontecimiento debe ser tomado como parte de la sociedad que lo genera.

De allí la importancia de la escritura de Furet para Lefort, que está dada por unir la historia a la reflexión política. ¿A que refiere con esto? No está compuesto por los sucesos habitualmente llamados políticos, sino que:

... una historia así podría, al igual que lo político, ser llamada como “conceptual”. Pero, como decíamos, el término adolece de un equívoco; pues tiene una extensión tal que no basta para distinguir de las otras formas del conocimiento histórico. Es una historia que implica una reflexión sobre la sociedad y la cultura, una historia filosófica o, en forma menos inquietante para algunos de nuestros contemporáneos, una historia interpretativa, en el sentido de que no sabría exigir un ideal de objetividad, encontrar los medios de verificarse por la mesura, que llama al lector a movilizar su propia experiencia de la vida social para desprenderse del peso de sus opiniones y unir al conocimiento del presente el conocimiento del pasado. (Lefort, 1986, 116)

Para decirlo más claramente, su reivindicación de lo político está dado por el análisis de la Revolución Francesa en donde Furet:

... desea romper con la idea de la política, concebida como ciencia regional: una idea actualmente convencional, pero que se impuso en la época moderna, y aunque tardíamente, por efecto del auge de las ciencias sociales, al proceso de fraccionamiento de los objetos de conocimientos, y bajo el efecto del marxismo, siempre preocupado por circunscribir las relaciones de producción para asignarle el status de lo real y relegar lo político al status de la superestructura. (Lefort, 1986, 112)

Aunque como el mismo Lefort señala, no es una operación sencilla, porque:

... Sin duda el suceso se revela a la conceptualización, pero es por el único motivo que el historiador lo toma como algo ya nombrado, cargado de sentido por quiénes fueron sus actores o testigos, que es así el más estrecho prisionero de la ilusión que aparece confundirse con lo que es, y que para construir el objeto necesita comenzar por “deconstruírlo” en su sitio mismo. (Lefort, 1986, 111)

La conceptualización pone las ambigüedades de la historia como actividad objetiva, como la interpretativa, y a la vez ambas pasan por el tamiz de lo político.

Siguiendo el razonamiento de Furet, Lefort constituye pautas para esta historia. Para ello se basa en tres puntos porque en su discurso las oposiciones de clase no son plenamente significativas, los sucesos surgen en el momento en que se borra la trascendencia simbólica del sistema anterior, y por ultimo, marca la imposibilidad de dividir la esfera de la acción de la esfera de la representación.

En el primer punto, existe un evidente alejamiento del marxismo, al poner las relaciones dentro de un marco más amplio. Dicho en sus palabras:

... no son las clases como pequeñas sociedades dentro de la gran sociedad - ¿qué constituiría un marco global? -, no se hallan unidas una con la otra, el solo hecho de su inserción en una red de operaciones económicas; son, por su división misma, a la vez generadoras de un único espacio social y engendradas por él. Las relaciones que mantienen están insertas en una relación de la sociedad consigo misma que decide su naturaleza. (Lefort, 1986, 113)

Siguiendo con este razonamiento, y conjuntamente con su idea de poder, llega a la conclusión de que la división no es del mismo orden que la división de clases o cualquier otra división social a la que podría llamar interna.” (Lefort, 1986, 113)

Resultado de ello es que el acontecimiento no nace por divisiones internas a la sociedad sino por el desgaste de la eficacia simbólica del poder:

... una revolución no nace bajo el efecto de un conflicto interno entre oprimidos y opresores sino surge en el momento en donde se borra la trascendencia del poder, en el momento en que se anula su eficacia simbólica. (Lefort, 1986, 114)

Dentro de este análisis parece como imposible la división en esferas de acción y de representación, siendo la tarea del historiador combinar:

... con el estudio de los comportamientos y de las instituciones, y con el estudio de los discursos y las ideas a las que éstos dan cauce, la investigación del sistema dentro del cual se ordenan o de la lógica que los anima, y de la que no sabríamos determinar que es lógica de la acción o de la representación, pues se ejerce sobre uno y otro registro. (Lefort, 1986, 114)

Pese a estas indicaciones señalada, Lefort reconoce que en el análisis de este autor:

Hay que lamentar solamente que Furet no saque partido de esas indicaciones, que haga recaer todo el peso de su análisis sobre la dinámica ideológica de la Revolución y se limita a mencionar la invención de una “cultura democrática” o de una “política democrática”, sin ver los signos en la trama de los acontecimientos, sin precisar en qué se distinguen de la fantasmagoría del poder popular, sin presentar todo esto que el debate moderno sobre lo político y sobre la práctica, el estilo y los ardides de los conflictos sociales deben a la Revolución. (Lefort, 1986, 129)

Es claro que esta crítica se debe a que Furet no profundiza lo suficiente en aquellos aspectos que no son caros a la interpretación lefortiana de lo político, pero no por ello esta apreciación deja de ser relevante.

Para recapitular, los cambios que genera la definición de lo político, nos ponen ante un giro en la actitud de la investigación histórica.

Esta se convierte en una interrogación sobre el poder y las formas que éste toma en la sociedad. Estableciéndose como pautas que las oposiciones de clase no son plenamente significativas, que los sucesos surgen en el momento que se borran la trascendencia simbólica del sistema anterior, que esto marca la imposibilidad de dividir la esfera de la acción de la de la representación, y que es necesario interrogarse sobre los signos de lo moderno que aparecen ante nuestros análisis dentro de un marco mucho mayor que el de los acontecimientos por sí solos.

Para Lefort, Furet abre un nuevo análisis al considerar primero la filosofía de la revolución como ideología nacional y luego, la historia de la revolución al servicio de la ideología socialista.

Continuando con el análisis de Lefort sobre Furet nos interesa rescatar algo que este autor señala cuando dice que los excesos de la revolución:

... ¿no hacen más que reconocer el paso de los límites de la ideología? ¿No habría que buscar el índice de un desvío irreductible, de repente entrevisto, entre lo simbólico y lo real, una indeterminación de uno y de otro - de un desvío en el ser de lo social, del que tendríamos siempre la prueba? Nuestro autor dice bien fuerte que con la Revolución se abre a la sociedad “un espacio de desarrollo que le estuvo casi siempre cerrado”. (Lefort, 1986, 138)

Para terminar esta nota nos parece significativo que, tras el análisis de toda la historiografía clásica sobre la Revolución, en el final que hace Lefort de su artículo aparezca la vinculación a "lo imposible":

Tocqueville y Quinet han buscado las mismas palabras, o casi, para formular un último juicio sobre la Revolución. Uno dice que ella ha inaugurado "el culto de lo imposible": denunciando así la elevación en el imaginario; otro que ella ha hecho nacer "la fe imposible": entiende que la negación de lo supuesto real es constitutiva de la historia de la sociedad moderna. Dos ideas, decididamente, que han sido unidas. (Lefort, 1986, 139)

El culto y la fe, dos elementos de "lo imposible" que Lefort utiliza para conducirnos hacia otro registro de lo político, y lo trágico de la condición moderna, pero eso, sin lugar a dudas es un tema para un artículo.

Bibliografía

FURET, François. 1980. Pensar la Revolución Francesa. Barcelona, Petrel.

LEFORT, Claude. 1970. ¿Qué es la burocracia? y otros ensayos. París, Ruedo Ibérico.

LEFORT, Claude. 1980. L'invention democratique. Les limite de la domination totalitaire. Paris, Fayard.

LEFORT, Claude. 1986. Essai sur le politique (XIXe.-XXe. siécles). París, Seuil.

LEFORT, Claude. 1988. ¿Permanece lo teológico-político? Buenos Aires, Hachette.

RANCIERE, Jacques. 1993. Los nombres de la historia. Una poética del saber. Buenos Aires, Nueva Visión, 1993.

 


domingo, 26 de abril de 2020



Rasgándose las vestiduras
Ha resultado curioso ver a quienes históricamente denostaron al Mercosur, se estén rasgando las vestiduras por la salida argentina de las negociaciones regionales de comercio regulado.
¿Estos reputados analistas han cambiado de posición? ¿Se volvieron latinoamericanistas de pronto? O, ¿en realidad, lo que ha cambiado fue el Mercosur? La repuesta a ello me llevó a hacer una serie de reflexiones un tanto deshilvanadas, pero creo que claras en el fondo.
Hubo una continuidad en el eje entre Argentina y Brasil desde lo ochenta y eso le dio estabilidad al Mercosur, debido a que la mayoría de los procesos fueron homogéneos, aunque con matices, socialdemócratas en aquella década, neoliberal en la siguiente, progresistas en el nuevo milenio, y también en el giro conservador de mediados del presente decenio.
Ello hizo que desde los acuerdos Alfonsín Sarney el proceso de integración selectiva inicialmente con Brasil, y luego con el Mercosur, tuviera dos formas predominantes: una primera en los ochenta y en la fase progresista en el nuevo milenio, la cual ante avance de la globalización había que generar los recaudos necesarios para proteger a las sociedades frente a ella, la otra utilizarlo como la puerta de acceso a ella en los noventa y con el giro conservador de hace un lustro.
Fue en esta última instancia donde el Mercosur fue instrumentalizado a favor de la integración global en el marco de los Acuerdos OMC Plus, como se observa en los anunciado con la Unión Europea y la Asociación Europea de Libre Comercio, cuando existe una fuerte disputa entre la tríada occidental que además del viejo continente, tiene a Japón y Estados Unidos como protagonistas, y del otro lado la ascendente China.
La insistencia en “flexibilizar” al Mercosur también ha ido avanzando desde la firma del acuerdo de comercio regulado con la UE, como quedó claro en la reunión del bloque en Santa Fe el año pasado, donde se resolvió dejar en libertad de acción a cada uno de los socios regionales para aplicarlos una vez sancionado localmente, sin esperar la aprobación de todos para la puesta en funcionamiento del instrumento negociado sea en un mismo momento para todos. Esta ha sido una de las externalidades más eficientes para garantizar la continuidad del programa globalista, aún frente a los cambios políticos que puedan acontecer.
Está claro que en todas estas condiciones este proceso integrativo del Cono Sur no cumple con un prerrequisito fundamental, tener objetivos autonomizantes para que sea beneficioso para nuestras sociedades, como lo señaló hace muchas décadas Juan Carlos Puig. La integración no es buena por sí misma, es necesario ver el paquete en el que está envuelta
Un dato no menor en este breve diagnóstico es que Washington está dando la vuelta por la esquina del multilateralismo de los criterios OMC Plus desde la llegada de Trump y ensayando otras alternativas.
La llegada de China como variable independiente en la Argentina, y también en la región, puso patas para arriba el comercio intrarregional y debilitó al mercado regional, pero la fuga hacia adelante que proporciona el TLC no es una solución, sino que agravarán los problemas productivos del Bloque.
Pero volviendo a la decisión del gobierno argentino de dejar las negociaciones de mercado regional con Corea, Canadá y otros actores, es la evidencia más clara que la sintonía que se había observado en el pasado se rompió. El resultado electoral de octubre de 2019 puso en esquinas opuestos a los gobiernos de Brasil y Argentina, ya que Bolsonaro profundizó y aceleró su agenda de integración neoliberal, mientras Buenos Aires se estaría alejando de ese paradigma.
Por ello, en la ya mencionada reunión de Santa Fe, se intentó acelerar el proceso de apertura anunciando la baja de en un 50 % el arancel externo común, pero las presiones internas, sobre todo de los industriales, lo obligaron a replegar esas decisiones en diciembre último.[1]
Es probable, y a pesar de las intenciones declaradas por el Palacio San Martín que las negociaciones pierdan impulso, no sólo por la acción del gobierno de Alberto Fernández, sino por una retracción general de los conceptos que guían a las negociaciones, salvo que quienes los impulsan aquí y en el mercado regional asuman el rol de profetas levantando El camino de la Servidumbre como bandera.
Por eso ha resultado curioso que esos sectores que tradicionalmente fueron refractarios al Mercosur, ahora parecen defenderlo, y es claro por qué lo hacen. El mercado regional hoy se ha convertido en el primer escalón para llegar a la globalización que la alicaída tríada occidental promete, no en un instrumento de la unidad y hermandad del Cono Sur, ni mucho menos, para generar los necesarios recaudos que hay que tener frente a ella y lograr beneficios para nuestros pueblos.


[1] El extremismo neoliberal de Bolsonaro y su ministro Guedes es visto con cautela por el empresariado brasileño, y esta actitud puede acrecentar la desconfianza de la elite brasileña hacia su presidente, y por lo que relatamos no solo por el manejo de la crisis del coronavirus.