domingo, 1 de octubre de 2023

Eric Hobsbawm: historiador, testigo y actor


Este artículo lo escribí para la página de la UNLP hace once años cuando falleció Eric Hobsbawm, como ya no está disponible allí, pensé que sería bueno en este nuevo aniversario de su muerte compartirlo con ustedes.



Escribir unas líneas ante la desaparición de Eric Hobsbawm no nos resulta algo sencillo, ya que nos hemos formado en sus innumerables textos académicos, entrevistas y opiniones que fueron un faro intelectual inexcusable para pensar el tiempo presente.

Porque no es posible hoy hablar de la historia contemporánea sin hacer referencia a su obra. Y ella es producto no sólo de su eximia labor académica, sino también cómo ella fue trabajada cuidadosamente con su compromiso político y personal.

No podríamos esperar otra cosa de un atento y agudo lector de Marx, sobre todo en lo que se refiere al rol de los intelectuales, no como meros analistas sino como un actor fundamental para transformar la realidad.

Esta misión asumida tempranamente en el Grupo de Historiadores Marxistas, junto a otros grandes del Olimpo historiográfico como Maurice Dobb, Christopher Hill, Edward Thompson entre otros, cuando la reputación de esos estudios en Gran Bretaña no gozaba de la aceptación que luego alcanzaron, gracias a esas acciones.

Desde lo que podríamos llamar su obra menor, compilada en sus trabajos Rebeldes primitivos, Revolucionarios y Bandidos, sus análisis se concentraban en las formas de expansión del capitalismo y las innumerables resistencias generadas por ella, y que marcaron toda su producción.

En esa misma línea podemos ubicar sus obras mayores, la historia del largo Siglo XIX (en sus libros La era de las revoluciones, La era del Capital y La Era del Imperio) y su contraparte El Siglo XX, breve y cruel, son parte de su proyecto análisis del ascenso y caída del proyecto burgués decimonónico y su transformación en la centuria pasada.

Incluso su compilación más política, Análisis para una Izquierda Racional, se inscribe dentro de este plan, el de generar una alternativa al pensamiento neoconservador vigente desde los ochenta.

Y se podía esperar menos de alguien que había nacido en Egipto, hijo de padres austriacos y británicos, un verdadero producto de la Era Imperial, y un testigo privilegiado del siglo pasado en eventos como el ascenso de Hitler al poder, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y su final.

Historiador, testigo y participe son sus cualidades más notables y que le otorgan a su obra un lugar de referencia ineludible.

Escribió desde la esperanza de la construcción de una nueva sociedad que supuso la llegada de la Revolución Rusa y ante una realidad que se mostraba esquiva para ello, que le permitió sortear los tiempos oscuros: los del ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, los del macartismo y la guerra fría, los del neoconservadurismo y los nacionalismos extremos de fines del siglo XX. 

Pero estas dificultades, lejos de desanimarlo, reafirmaron su convicción en el ineludible rol político de los historiadores, y tal vez principal enseñanza, el de la búsqueda incansable de la verdad.


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