El
triunfo de Donald Trump fue la emergencia de la crisis que afecta a los Estados Unidos desde los años del reagancomics, y tendrá un peso gravitatorio en el mundo.
La
profundidad del cambio estará vinculada a como su programa “America First” (Norteamérica primero) sea
implementado, y cómo afectará al modelo vigente en Estados Unidos desde los
años de Reagan, no sólo en su agenda interna sino también por sus implicancias externas.
En
este último plano su rasgo basal será de un fuerte unipolarismo y puede
interpretarse como una vuelta de tuerca del programa para el Nuevo Siglo
Americano de comienzos del milenio, aunque con una situación más compleja para
Washington.
Su
propuesta externa será complementada por el aislacionismo, lo que no quiere
decir que haya menos intervencionismo sino que convertirá a Estados Unidos en
un gendarme de tiempo parcial y con un mayor uso de su capacidad individual
punitiva. Como consecuencia de ello existirá cierto abandono de organismos
multilaterales como las Naciones Unidas, o incluso la OTAN, donde sus socios
quedarán librados a su suerte.
Y
desde lo económico una retracción en la promoción del libre cambio, por una
propuesta más proteccionista, constituiría un giro brusco en la política
exterior de Washington. La jugada de las pinzas de cangrejo ensayada por los
demócratas -la cual ya había comenzado a sufrir ciertos cuestionamientos del
otro lado del Atlántico-, parece quedar abandonada por la promoción de aranceles
aduaneros, cuestión que desatará guerras comerciales y dará otra estocada grave
a la ya herida OMC.
La
pregunta sigue siendo, si Estados Unidos contará con las capacidades
suficientes para continuar o dirigiendo el sistema, o si el proceso de declive
se profundizará.
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