35 años de la Declaración de Foz y la alianza argentino-brasileña
Dr. Alejandro Simonoff
Desde su creación el Mercosur se constituyó en
un útil instrumento de política exterior argentina para permitirle a las
diversas administraciones sortear las tensiones generadas en el triángulo con
Estados Unidos y Brasil en el que se hallaba inmersa.
Este esquema triangular fue producto de una
“maduración conceptual” de nuestra política exterior donde el rol de Alfonsín fue determinante por dos cuestiones
fundamentales que la habían caracterizado hasta ese momento: 1) no puede existir una oposición
visceral, ni un alineamiento acrítico hacia los Estados Unidos; y, 2) el
impulso de una política cooperativa hacia América Latina, con eje en Brasil.
(Figari, 1993)
La primera cuestión se orientó a hacia
construir una relación madura con Estados Unidos, con un punto de equilibrio
entre los modelos occidentalista y latinoamericanistas que confrontaron durante
gran parte de la Guerra Fría. Pero esta nueva orientación no sería completa sin
tener en cuenta la nueva disposición cooperativa hacia la región con acento en
Brasil, cosa que en el pasado no ocurría, ya que las primeras presumían la confrontación regional.
Si existió un
elemento de continuidad en la política exterior argentina desde 1983, este fue
la estructura triangular que puso al tope de nuestra agenda a Washington y
Brasilia -utilizándolos como contrapesos-, en un marco predominantemente cooperativo,
dejando a un lado las oscilaciones del pasado.
Las diferencias
estuvieron en los sentidos en los que se utilizó dicho triángulo, con dos
tendencias predominantes: la primera, la autonomista, que consistió en buscar
márgenes de maniobra en el escenario internacional, como ocurrió durante los
gobiernos de Alfonsín, Duhalde, Kirchner y Fernández de Kirchner que apuntaron
a establecerlas con países de similares recursos y valores; y la segunda, las
occidentalista o que privilegió la relación con la potencia hegemónica, en las
administraciones de Menem y de la Rúa. Si bien en principio las
administraciones de Mauricio Macri y Alberto Fernández pueden ser ubicadas como
globalista y autonomista, respectivamente, el nuevo marco lleva a repensar
tanto las estrategias como los instrumentos para su concreción.
Inicialmente
existieron fuertes condicionantes, como el endeudamiento que generó la
necesidad de acercarse a Washington para conseguir apoyo financiero, ya sea
unilateral o de los organismos multilaterales que controla, lo que ocasionó una
tensión en la búsqueda de un mayor marco autonómico. La primera opción también
tuvo sus dificultades, ya sea por las transformaciones del sistema
internacional, o por los de algún actor relevante para éste, como Brasil, y que
nos pueda llevar hacia una “doble dependencia”. (Figari, 1997)
La relación con
Brasil, debemos verla en el marco de un proceso de integración selectiva que
reconoció un mismo origen con el giro realista de 1985: el fracaso del Consenso
de Cartagena para el tratamiento de la deuda externa. Para que existiera el Mercosur
fue necesario la construcción de una alianza entre Argentina y Brasil, que más
allá de las cuestiones económicas y comerciales que sostuvieron su base
material, [1] como lo dijo el Canciller
de Alfonsín, Dante Caputo, “lo que queríamos era construir un núcleo política
con mayor capacidad para promover nuestros intereses en ese mundo tan asimétrico
en su distribución de poder.” (Caputo, 2015, 142)
La integración con
Brasil se originó con los tratados firmados por Sarney y Alfonsín, y se
consolidó con la formación del MERCOSUR. Fue la llamada
Declaración de Foz Iguazú de noviembre de 1985 que comprendían: la promoción
del mercado común entre ambos países que se podía ampliar a otros de América
del Sur; aumentar el poder política y de negociación por un sistema de consulta
previa; alcanzar al máximo de autosuficiencia en materias primas críticas,
inversiones y bienes de capital; sustituir al dólar como moneda de intercambio;
intensificar y permitir la cooperación científico-tecnológica principalmente en
biotecnología, energía nuclear e infraestructura. E incluía dos acuerdos de
cooperación bilateral en el tema nuclear y la creación de una comisión mixta de
alto nivel para la cooperación y la integración (formada por cuatro
subcomisiones: economía y comercio, transporte y comunicaciones, ciencia y
tecnología y energía)
En julio de 1986 se firmó el Acta para
Integración Argentino-Brasileña que formuló el Programa para
Para esta convergencia en política
exterior entre Brasil y Argentina fueron determinantes la institucionalización
democrática y las nuevas necesidades de Brasil tras el “milagro”.
Estos acuerdos
marcaron el definitivo alejamiento del desinterés oscilante hacia la región,
predominante en la segunda posguerra. Aunque esta continuidad estuvo marcada
por una diferencia: en los ochenta la asociación buscaba fórmulas para ganar
autonomía a través de la coordinación política, y en la década siguiente se la
planteó como una escala en el proceso de globalización. Por esos motivos, este
instrumento no estuvo exento de tensiones entre sus miembros por la falta de
adecuación de políticas comunes, entre ellas el lugar de la relación con la
Casa Blanca.
Bibliografía
Caputo, Dante. 2015. Un péndulo
austral. Argentina entre el populismo y el establishment. Buenos Aires,
Capital Intelectual.
Figari, Guillermo. 1993. Pasado, presente y futuro de la política
exterior argentina. Buenos Aires, Biblos.
Figari, Guillermo. 1997. De Alfonsín a Menem. Política exterior y
globalización. Buenos Aires, Memphis.
[1] Brasil era una de las hipótesis de
conflicto, pero el acercamiento comenzó desde 1979 con el acuerdo tripartito y
en la representación en Londres durante la guerra