martes, 14 de julio de 2020


REVOLUCIÓN Y ACONTECIMIENTO: NOTAS SOBRE LA LECTURA LEFORTIANA DE FURET

Alejandro Simonoff

Dos temas son los que Lefort trata en el artículo “Penser la révolution dans la Révolution française” (Lefort, 1986) donde analiza el famoso texto de Furet (1980): la cuestión de la revolución y la relación entre historia y acontecimiento. Para empezar a desplegarlos es necesario responder algunas preguntas.

¿En qué etapa del pensamiento de Lefort lo podemos ubicar? Cronológicamente es en 1980, momento donde aparecen en el autor elementos de ruptura y continuidad del desarrollo de su pensamiento con relación a sus lecturas marxianas y merleaupontianas que están en tensión, pero decididamente unidas.

¿Por qué se ocupa de este tema? La reflexión sobre la revolución tiene como intención la de estar atento "a los signos de la repetición como a los de lo nuevo, nos fijamos en declarar la dimensión simbólica de lo social" según lo declara en la introducción de ese volumen. (Lefort, 1986, 14)

Lefort va construyendo la idea de revolución desde su participación en la polémica con Sartre en Les Temps Modernes; le da una forma precaria durante los sucesos de Hungría del 56, llegando a un punto interesante con "Los signos de lo nuevo" referente a los sucesos del 68. Cuando la define en ese momento, dirá que:

... no hay revolución que no sea a la vez política, económica y cultural. O, mejor dicho, esas distinciones deben ser rechazadas desde el momento en que el análisis se aplica a lo concreto. En todos los dominios de la sociedad moderna, puede encontrarse una articulación entre capital, poder y saber... (Lefort, 1970, 311)

Esta se basa en una lógica en donde:

... el Poder, allí donde pretenda reinar, encontrará oponentes que, sin embargo, no están dispuestos a instaurar otro mejor. En una sociedad que intenta encerrarse en su propio engaño y encerrar a los hombres en sus jerarquías, siempre habrá oponentes dispuestos a alterar sus planes... (Lefort, 1970, 313)

Pero, ¿qué es la revolución para Lefort a fines de los 70? A las respuestas las encontramos en dos artículos, uno llamado "La cuestión de la revolución" (1976) - del que haremos alguna referencia inmediatamente - y luego, en la lectura del libro de Furet (1980).

La idea de revolución de este autor no se queda en el ideal arendtiano sujeto a la metafísica de "invención y terror", sino que explora a partir de aquí nuevos senderos.

Para explicarla mejor haremos una breve referencia al artículo "La cuestión de la revolución" que, como ya dijimos aparece en 1976, y fue compilado para L'invention démocratique (1981), donde señala sobre la revolución que: 1) su origen se remonta al humanismo civil de Florencia o Francia del siglo XVI o la Inglaterra del S.XVII "que no engendra la idea pero la genera" y que desde el punto de vista del Estado se la intenta desvanecer, 2) no se puede interrogar sobre la revolución teniendo en cuenta la idea sino que además hay que tener en cuenta "el carácter específico del tipo de sociedad en la que se desarrolla"; y finalmente, 3) su carácter plural le permite no caer en la lógica revolución-totalitarismo, como sí caen algunos críticos, porque de seguir este camino nos llevaría a "concluir que no hay revolución anti-totalitaria posible o que sólo serviría para reforzar el régimen establecido". Lo que exterioriza la revolución es la búsqueda de un nuevo modelo político, que "combinaría varios tipos de poder, impidiendo así la consolidación de un aparato del estado dependiendo de la sociedad civil".

Aquí Lefort despliega el ideal arendtiano de revolución, saliendo de las ataduras metafísicas de éste, y lo lleva hacia escenarios siempre abiertos donde la revolución no es presa de ninguna fatalidad.

En el texto sobre el libro de François Furet, le permite a Lefort desarrollar - con bastante extensión- su ideal de construcción histórica. La ubica fuera de los límites de la interpretación, para poder pensar a la sociedad y a la cultura como historia, y ubicarla ante una historia de un nuevo tipo. En donde la re-localización de lo político juega un lugar central, no como pretende el historicismo ingenuo del siglo XIX sino como “una historia que implica reflexión sobre la sociedad y la cultura", que no reclama simplemente un ideal de objetividad, sino que tenga un efecto sobre el lector, sobre sus opiniones, y encuentre en el conocimiento del pasado su presente. (Lefort, 1986, 116)

Nos da señales de los caminos de una nueva historia donde lo político - el evento revolucionario- tiene dimensiones que antes eran imposibles de vislumbrar. Este acontecimiento debe ser tomado como parte de la sociedad que lo genera.

Esta reivindicación de una historia acontecimental se distingue de las del Siglo XIX por intentar no ser ingenua y dogmática, ya que no se reduce a la especificidad de su objeto.

De allí la importancia de Furet para Lefort que está dada en ligar la historia a la reflexión política. ¿Qué es la política para Furet o Lefort? No está compuesta por los sucesos habitualmente llamados políticos, sino que es aquel que:

... quiere poner en evidencia un esquema o un conjunto de esquemas de acciones y de representaciones que dirigen a la vez la puesta en forma y la puesta en escena de una sociedad y, de un mismo golpe, su dinámica... reconoce al poder, más allá de sus funciones reales y las modalidades efectivas de su ejercicio, un status simbólico; y pretende que la Revolución no sea inteligible más que en la condición de escrutar el cambio de este status. (Lefort, 1986, 112)

O, como señaló el propio Furet se produce un “desplazamiento del lugar de poder” (Furet, 1981, 112)

Desde Annales los historiadores han combatido la idea de construir una “historia política”, como lo ha dicho Jacques Ranciéré, del trabajo de Braudel: “La muerte desplazada de Felipe 11 metaforiza la muerte de cierta historia, la de los acontecimientos y los reyes.” (Ranciéré, 1993, 20)

Pero a partir de la definición aportada por Lefort sobre lo político creemos que puede darse un nuevo sentido para cambiar la óptica sobre ella.

Para Lefort existe una noción dudosa del concepto político, éste no puede ser definido por una cuestión de método de aquello que no es (no es economía, no es religión, no es cultura, etc.) sino que es determinado por la sociedad, ya que es la forma que ella adopta, dicho en sus palabras:

Si lo político no se manifiesta como localizable en la sociedad, es por esa simple razón que la noción misma de sociedad contiene la referencia de su definición política. (Lefort, 1988, 18)

Es decir, lo político se manifiesta tanto en su relación interior como en su común inscripción en el espacio y es testimonio de una sensibilidad común ante esta inscripción.

Ante un cambio de tal magnitud en este concepto, la historia no puede quedar al margen. Y existen momentos, como la revolución francesa que ponen estas cuestiones sobre el tapete, como dice nuestro autor:

... La Revolución Francesa es precisamente ese momento cuando todo discurso adquiere un alcance en la generalidad de lo social, cuando la dimensión política se explícita y, por ello, permite al historiador reconocer aquí y allá los sitios que eran invisibles bajo el antiguo régimen... (Lefort, 1986, 115)

A partir de aquí, Lefort desarrolla – con bastante extensión - su ideal de construcción histórica, ubicándola en los límites de la interpretación, para poder pensar a la sociedad y a la cultura como historia, y ubicarla ante una historia de un nuevo tipo:

...Se trata de un análisis que no circunscribe lo político en las fronteras de las relaciones de poder, pero tampoco en las fronteras de lo social, es metasociológico. Pero podría agregar que la revolución es, por excelencia, el fenómeno que induce a ese análisis, que hace pensar lo político. (Lefort, 1986, 115-116)

Nos da señales de los caminos de una nueva historia donde lo político –el evento revolucionario- tiene dimensiones que antes eran imposibles de vislumbrar. Este acontecimiento debe ser tomado como parte de la sociedad que lo genera.

De allí la importancia de la escritura de Furet para Lefort, que está dada por unir la historia a la reflexión política. ¿A que refiere con esto? No está compuesto por los sucesos habitualmente llamados políticos, sino que:

... una historia así podría, al igual que lo político, ser llamada como “conceptual”. Pero, como decíamos, el término adolece de un equívoco; pues tiene una extensión tal que no basta para distinguir de las otras formas del conocimiento histórico. Es una historia que implica una reflexión sobre la sociedad y la cultura, una historia filosófica o, en forma menos inquietante para algunos de nuestros contemporáneos, una historia interpretativa, en el sentido de que no sabría exigir un ideal de objetividad, encontrar los medios de verificarse por la mesura, que llama al lector a movilizar su propia experiencia de la vida social para desprenderse del peso de sus opiniones y unir al conocimiento del presente el conocimiento del pasado. (Lefort, 1986, 116)

Para decirlo más claramente, su reivindicación de lo político está dado por el análisis de la Revolución Francesa en donde Furet:

... desea romper con la idea de la política, concebida como ciencia regional: una idea actualmente convencional, pero que se impuso en la época moderna, y aunque tardíamente, por efecto del auge de las ciencias sociales, al proceso de fraccionamiento de los objetos de conocimientos, y bajo el efecto del marxismo, siempre preocupado por circunscribir las relaciones de producción para asignarle el status de lo real y relegar lo político al status de la superestructura. (Lefort, 1986, 112)

Aunque como el mismo Lefort señala, no es una operación sencilla, porque:

... Sin duda el suceso se revela a la conceptualización, pero es por el único motivo que el historiador lo toma como algo ya nombrado, cargado de sentido por quiénes fueron sus actores o testigos, que es así el más estrecho prisionero de la ilusión que aparece confundirse con lo que es, y que para construir el objeto necesita comenzar por “deconstruírlo” en su sitio mismo. (Lefort, 1986, 111)

La conceptualización pone las ambigüedades de la historia como actividad objetiva, como la interpretativa, y a la vez ambas pasan por el tamiz de lo político.

Siguiendo el razonamiento de Furet, Lefort constituye pautas para esta historia. Para ello se basa en tres puntos porque en su discurso las oposiciones de clase no son plenamente significativas, los sucesos surgen en el momento en que se borra la trascendencia simbólica del sistema anterior, y por ultimo, marca la imposibilidad de dividir la esfera de la acción de la esfera de la representación.

En el primer punto, existe un evidente alejamiento del marxismo, al poner las relaciones dentro de un marco más amplio. Dicho en sus palabras:

... no son las clases como pequeñas sociedades dentro de la gran sociedad - ¿qué constituiría un marco global? -, no se hallan unidas una con la otra, el solo hecho de su inserción en una red de operaciones económicas; son, por su división misma, a la vez generadoras de un único espacio social y engendradas por él. Las relaciones que mantienen están insertas en una relación de la sociedad consigo misma que decide su naturaleza. (Lefort, 1986, 113)

Siguiendo con este razonamiento, y conjuntamente con su idea de poder, llega a la conclusión de que la división no es del mismo orden que la división de clases o cualquier otra división social a la que podría llamar interna.” (Lefort, 1986, 113)

Resultado de ello es que el acontecimiento no nace por divisiones internas a la sociedad sino por el desgaste de la eficacia simbólica del poder:

... una revolución no nace bajo el efecto de un conflicto interno entre oprimidos y opresores sino surge en el momento en donde se borra la trascendencia del poder, en el momento en que se anula su eficacia simbólica. (Lefort, 1986, 114)

Dentro de este análisis parece como imposible la división en esferas de acción y de representación, siendo la tarea del historiador combinar:

... con el estudio de los comportamientos y de las instituciones, y con el estudio de los discursos y las ideas a las que éstos dan cauce, la investigación del sistema dentro del cual se ordenan o de la lógica que los anima, y de la que no sabríamos determinar que es lógica de la acción o de la representación, pues se ejerce sobre uno y otro registro. (Lefort, 1986, 114)

Pese a estas indicaciones señalada, Lefort reconoce que en el análisis de este autor:

Hay que lamentar solamente que Furet no saque partido de esas indicaciones, que haga recaer todo el peso de su análisis sobre la dinámica ideológica de la Revolución y se limita a mencionar la invención de una “cultura democrática” o de una “política democrática”, sin ver los signos en la trama de los acontecimientos, sin precisar en qué se distinguen de la fantasmagoría del poder popular, sin presentar todo esto que el debate moderno sobre lo político y sobre la práctica, el estilo y los ardides de los conflictos sociales deben a la Revolución. (Lefort, 1986, 129)

Es claro que esta crítica se debe a que Furet no profundiza lo suficiente en aquellos aspectos que no son caros a la interpretación lefortiana de lo político, pero no por ello esta apreciación deja de ser relevante.

Para recapitular, los cambios que genera la definición de lo político, nos ponen ante un giro en la actitud de la investigación histórica.

Esta se convierte en una interrogación sobre el poder y las formas que éste toma en la sociedad. Estableciéndose como pautas que las oposiciones de clase no son plenamente significativas, que los sucesos surgen en el momento que se borran la trascendencia simbólica del sistema anterior, que esto marca la imposibilidad de dividir la esfera de la acción de la de la representación, y que es necesario interrogarse sobre los signos de lo moderno que aparecen ante nuestros análisis dentro de un marco mucho mayor que el de los acontecimientos por sí solos.

Para Lefort, Furet abre un nuevo análisis al considerar primero la filosofía de la revolución como ideología nacional y luego, la historia de la revolución al servicio de la ideología socialista.

Continuando con el análisis de Lefort sobre Furet nos interesa rescatar algo que este autor señala cuando dice que los excesos de la revolución:

... ¿no hacen más que reconocer el paso de los límites de la ideología? ¿No habría que buscar el índice de un desvío irreductible, de repente entrevisto, entre lo simbólico y lo real, una indeterminación de uno y de otro - de un desvío en el ser de lo social, del que tendríamos siempre la prueba? Nuestro autor dice bien fuerte que con la Revolución se abre a la sociedad “un espacio de desarrollo que le estuvo casi siempre cerrado”. (Lefort, 1986, 138)

Para terminar esta nota nos parece significativo que, tras el análisis de toda la historiografía clásica sobre la Revolución, en el final que hace Lefort de su artículo aparezca la vinculación a "lo imposible":

Tocqueville y Quinet han buscado las mismas palabras, o casi, para formular un último juicio sobre la Revolución. Uno dice que ella ha inaugurado "el culto de lo imposible": denunciando así la elevación en el imaginario; otro que ella ha hecho nacer "la fe imposible": entiende que la negación de lo supuesto real es constitutiva de la historia de la sociedad moderna. Dos ideas, decididamente, que han sido unidas. (Lefort, 1986, 139)

El culto y la fe, dos elementos de "lo imposible" que Lefort utiliza para conducirnos hacia otro registro de lo político, y lo trágico de la condición moderna, pero eso, sin lugar a dudas es un tema para un artículo.

Bibliografía

FURET, François. 1980. Pensar la Revolución Francesa. Barcelona, Petrel.

LEFORT, Claude. 1970. ¿Qué es la burocracia? y otros ensayos. París, Ruedo Ibérico.

LEFORT, Claude. 1980. L'invention democratique. Les limite de la domination totalitaire. Paris, Fayard.

LEFORT, Claude. 1986. Essai sur le politique (XIXe.-XXe. siécles). París, Seuil.

LEFORT, Claude. 1988. ¿Permanece lo teológico-político? Buenos Aires, Hachette.

RANCIERE, Jacques. 1993. Los nombres de la historia. Una poética del saber. Buenos Aires, Nueva Visión, 1993.